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Estrenarse como madre

Bienvenida al mundo de los pañales, lloros, malanoches y alegrías. Sí, todo encaja en una sola línea. Lo que nunca imaginé que pasaría, pasó. Y es como si todo hubiera sucedido en un abrir y cerrar de ojos. Claro, lo digo ahora así, porque en su debido momento parecía nunca acabar. Me refiero a las malanoches, a esas noches y esos días en los que cerrar los ojos por 5 minutos era un privilegio. No veía el día en que podría dormir mis ocho horas completas -como solía hacerlo antes de la llegada de mi trocito de gente. Y es que todavía no veo las ocho horas, y al parecer no las voy a ver por mucho tiempo. Así que ya me hice a la idea y he llegado a aceptar que dormir una noche completa ya no es parte del repertorio. No me quejo, no me quejo, espero que no suene a quejido. Es la simple noción de mi actual estado existencial.


Antes de convertirme en madre, mi vida se circunscribía en mi Yo. En mi Yo quiero esto, Yo necesito esto otro, Yo hago esto, y Yo no hago esto otro. Suena a egoísta? a egocentrista? Entonces, para que sirve la soltería? Y no se diga la primera etapa del matrimonio, donde todo es lindo, cómodo y emocionante... hasta que aparece la rayita de positivo en la prueba de embarazo. Ahí es donde realmente se pone emocionante. Sobretodo cuando uno no se lo espera.

Estar embarazada a mis 30 y pico para algunos será atrasado, para otros demorado, pero para mí fue una sorpresa. Una de esas que tiene tintes de accidente pero con un final feliz. En el mundo en el que vivo ahora, donde se tiene planificado hasta el último detalle, una noticia como esta no fue tan bien recibida ni aceptada como yo me imaginé. Y me refiero a mi esposo que luego de dos pruebas de embarazo confirmadas, no se convencía.

Y es que en los hombres la idea de un hijo en camino les cambia sus planes. Ya no serán el centro de atención, el altar de adoración, el umbral de pasión... y bueno, todos aquellos privilegios de los que gozan cuando tienen una esposa que abnegadamente los atiende a gusto.


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