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CANGAHUA


Cuando llegué a este poblado, mi primera impresión fue la de un lugar típico del campo, con su placita central, las pequeñas tiendas, las palomas picoteando migas de pan sobre empolvados adoquines, la gente cargada de bultos en su espalda, y todos llevando sombrero. Me pareció extraño ver que habían pocos hombres en los alrededores; únicamente las mujeres y sus hijos que jugaban en sus bicicletas.
Más tarde me enteré que un motivo especial fue lo que cambió esta situación... y no era precisamente la migración, sino lo que ellas llamaban la organización de las comunidades.
Arribé a una casa donde me encontré con más mujeres y niños. Estaban preparando la comida para los comensales, que en ese momento tomaban un curso de adiestramiento sobre el cultivo de las legumbres. Grandes ollas de metal ardían sobre la candela que emana un olor a campo, y cuyo vapor se confundía con el sudor de las frentes femeninas. Los platos se alistaban en línea para ser servidos.
Me invitaron a comer y por supuesto acepté ese gran plato de sopa hecho a base de papas, mote y chancho. Y luego, como si no fuera suficiente, me sirvieron arroz con una troncha de carne de borrego... Para tomar teníamos colada calientita.

Cuando empecé a conversar con Jacinta, una mujer joven, casada con tres hijos pequeñitos, le pregunté por los hombres del pueblo, y con su encantador acento me contó que antes solían estar en la plaza tomando licor. Pero un llamado a las autoridades por parte de ellas, hizo que se cierren las cantinas y por ende los hombres dejaron de frecuentar el lugar. Algunos emigraron y otros ya no están porque trabajan lejos. Y las mujeres que hacen?, le pregunté. "Naturalmente trabajar en la tierra, pero ya no cada una por su lado, sino de manera organizada".

Me encantó saber que ya no están escondidas detrás de sus hábitos cotidianos, y sin embargo mantienen su identidad, ya que la mayoría de los hombres han dejado de utilizar su vestimenta característica e incluso su idioma. En cambio la mujer no los ha perdido.

Entre cebollas, perejil, papas y hasta frutillas fue muy lindo andar por aquellos pequeños caminos, que con el pasar del tiempo se van formando. Nos dirigimos hacia un lugar en lo alto de la montaña, donde se distinguía una casa solitaria. Con el viento frío en mi cara, llegamos a nuestro destino. "Por eso toda la gente tiene las mejillas paspadas", pensé.

Al acercarnos a uno de los cuartitos de la casa, me llevé una bonita sorpresa al ver a varias mujeres que oscilaban entre quince y setenta años de edad. Estaban en pupitres improvisados y los niños jugando debajo de ellos. Todas tenían un lápiz y una hoja donde con imprecisos movimientos dibujan una vocal. Me senté un momento para observar todo, y desde la puerta pude divisar la plaza vacía de Cangahua. Una muchacha joven que dirigía la clase de alfabetización, me pidió que colaborara con ella y le ayudara a las estudiantes a escribir. Me sentí menos que capaz de semejante tarea.... Sin embargo, lo intenté.
Mientras tanto, el viento seguía soplando fuerte y se filtraba por las rejillas de las ventanas, lo que provocaba un singular silbido que mecía el ambiente, como una agradable y lenta melodía.

Entonces, salió Jacinta nuevamente, y pude reanudar mi conversación. Me contó que antes no podía hablar con la fluidez con la que lo hace ahora, sin embargo sigue manteniendo su dialecto, lo cual me pareció adorable. Me dijo que su marido al principio, no la dejaba salir porque tenía que encargarse de a cuidar a los niños, hacer la comida y poner hierba a los cuyes. Uno se imagina que esto no tomaría un día completo, pero luego me di cuenta de que pueden pasar días enteros para cumplir estas tareas.

"Sólo en ciertas circunstancias podía acompañar a mi marido", -añadió. "Él caminando adelante y yo detrás de él". Así lo hacía siempre, con su pequeño hijo cargado en su espalda, y los otros dos agarrados de las manos... Si tenía que trabajar la tierra, el niño seguía en su espalda.

Al final de la jornada, el marido de Jacinta llegaba borracho a casa y sin ningún motivo armaba un pleito para desquitarse con ella. "Tal vez tuvo un problema con sus amigos en la cantina" -pensaba ella-, "y por eso está de mal humor".





Fotos por: Damian Wagner

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